Mail 1
Hola:
¿Cómo estás? ¿Qué tal todo por allá? La verdad espero que todo te esté yendo bien. En realidad estoy convencido de que es así, simplemente he comenzado haciéndote esas preguntas por mera formalidad; porque así se estila comenzar un mail y porque, como tú bien sabrás, soy una persona muy poco original y no sé comenzarlos de esa manera.
Yo sigo aquí en NY tratando de descansar, despejarme y ver que onda me depara la vida. Para serte sincero no echo de menos para nada Lima y espero que esto siga así porque tú más que nadie sabes lo que es vivir fuera y lo horrible que resulta extrañar hasta lo más inextrañable de tu país como puede ser, por ejemplo, los gritos de los cobradores de combi. Acá estoy bien (eso creo). Escribo de vez en cuando, lo necesario digamos, colaboro en algunos medios independientes, lo que me alcanza para (sobre)vivir y actualizo mi blog periódicamente.
Eso de colgar mis textos en una página de internet me tiene un tanto preocupado. Creo que muy pronto me voy a quedar sin amigos a causa de ello. Eso de colgar mis cuentos en la web lo hago simplemente para complacer, en cierto modo, a mis amigos. Ellos son los que me piden que lo haga –hasta ahora no entiendo el porqué y no me he atrevido a preguntárselos- y yo los trato de complacer, en parte. Pero resulta que siempre caigo en lo de siempre y me engaño a mí mismo diciéndome que va a ser la última vez que les hago caso porque me revienta escuchar-responder las mismas preguntas de siempre. Por ejemplo, te voy a enumerar algunas de ellas: “¿todo lo que escribes te ha pasado en realidad?”, “¿quién es tal o cuál persona?”, “¿cuándo escribes algo sobre mí?”, o la peor de todas: “amigo, tú sabes que puedes confiar en mí, ¿tienes algún problema que quieras contarme?” En esos momentos me dan ganas de decirles “en realidad sí tengo un problema y eres tú porque no soporto oír más las mismas estupideces siempre”. ¿No te parece justo lo que digo? Bueno pero es ahí cuando reacciono y les respondo (des)cortésmente que todo es pura ficción.
No sé si en realidad te importe todo lo que te estoy contando. Quería decírselo a alguien. Quizás en estos momentos se estén invirtiendo los papeles y seas tú el que estés renegando de mí diciéndote qué diablos me importa lo que piense este loco. Ojalá no sea así, pero en todo caso es un precio que hay que pagar en algunos casos.
Ah! me olvidaba, me mudé de departamento. Ya no vivo más con ese polaco que te conté la última vez. Ahora me pasé a un studio y estoy viviendo solo con mi soledad. Es una buena compañera a pesar de todo. Me gusta el lugar, es cómodo, económico, ideal para mí y mis pocas pertenencias. Eso sí, me tengo que comprar una cafetera urgente. Aquí cerca de mi studio tengo todo a la mano: un pequeño supermercado de chinos, una lavandería, un video rent, un bar lo suficientemente acogedor y hasta una tienda que vende boletos de lotería.
Te tenía que contar otra cosa. ¿Te acuerdas de Jéssica? Se fue a LA hace quince días sin despedirse de mí. En realidad sí se despidió, me dejó un mensaje en la contestadora del departamento de mi amigo, el polaco. Con esa voz sin sobresaltos que la caracteriza me decía que se iba a visitar a sus padres, que iba a quedarse un tiempo por allá, que NY ya la había hastiado, que suponía era lo mejor para ella, que ya era hora de madurar, que debía que tomar la vida más en serio, y que no me quería volver a ver nunca más.
En resumen amigo, más o menos así van las cosas por acá. Te cuento que el otro día...
(te sigo contando en el próximo mail. No es que me esté haciendo el interesante, es lo último que haría, lo que pasa es que me están tocando el intercomunicador y creo que es un amigo uruguayo que me tiene que sacar una green card trucha. Ese papelito me tiene que servir para (sobre)vivir).
(Lima, marzo 2007)