8/17/2006

La santa popular


En esta ocasión resulta prescindible identificar al personaje de quien se escribirá en las próximas líneas. Obviar su nombre es un hecho intrascendente. Lo que realmente tiene importancia, en este caso, es la historia en el que se ve envuelto. Es por este motivo que de ahora en adelante lo llamaremos simplemente A. Entrar en detalles particulares como su edad, su fisonomía, sus costumbres o traumas tampoco tienen la mayor importancia; todo eso queda a voluntad del lector, queda en ellos darle la forma que vean más conveniente.

A (el personaje) descifró, después de indagar en viejos libros carcomidos por la humedad de la ciudad, que el génesis de lo que estaba buscando se remontaba a un pueblito olvidado en las montañas. Descubrió cosas nuevas que, hasta ese momento, la población desconocía o, simplemente, pretendía desconocer. La historia de la santa popular, a la que todo el país veneraba profundamente, así como su vida y milagro, eran, gracias a las pesquisas realizadas por A, puro cuento. Sus largos estudios e indagaciones sobre la supuesta religiosa le valieron ser considerado casi un erudito sobre el tema.

Las generaciones anteriores, ayudadas por la tradición oral, elevaron a la categoría de santa a una mujer que, sin ningún mérito aparente, se ganó la veneración de una buena parte de la población de ese país. Era impresionante el arraigo popular que despertaba dicha santa, sobre todo en los estratos más pobres de la población y, más aún, en los provincianos ahora radicados en la capital.

Desde que tuvo uso de razón, A pensaba que dicha tradición que profesaban sus conciudadanos era decadente y, hasta podría afirmar (yo que soy un simple espectador y me encuentro fuera todo esto), que hasta impuro. Harto de tanta blasfemia y fanatismo desmesurado, decidió sacarles la venda de los ojos y, según sus propias palabras, “hacerles un favor a todos mis hermanos”.

Fueron numerosas noches, desvelos, largas horas entre vetustos libros los que tuvo que pasar antes de llevar a cabo su “gran aporte a la sociedad”. La santa debía ser erradicaba de la mente de la población.

La gente allegada al estudioso, en un principio apoyó su generosa actitud. Dicho acto era refrendado por un cierto grupo de personas de su entorno. Pero todo este proyecto puesto en marcha por A, en un principio bien visto por un puñado de gente, poco a poco fue desvirtuándose y tomando un tono misterioso. El inicial acto “salvador” de A para con sus conciudadanos fue adquiriendo un tinte tenebroso. Aunque él no quiso aceptarlo en un principio, al final tuvo que confesar sus oscuros motivos.

Es verdad que la santa no fue realmente la persona que los demás creían, y todo eso quedó demostrado en años posteriores, pero lo que no se dijo en su momento y significó el destierro de A de su país fue el querer imponer una nueva ideología religiosa, perjudicial al Gobierno, en la mente de sus compatriotas.

Es fácil de entender las reacciones tanto de A como la del Gobierno, teniendo en cuenta las circunstancias por las que estaba atravesando el país. Por una parte, el primero trataba de cambiar lo arbitrariamente establecido y el segundo de mantener el orden imperante.

A fue exiliado a un país pobrísimo pasando largos años de penurias. Sus planes iniciales se vieron truncados tempranamente. Sus conciudadanos siguieron venerando a la santa popular, hasta podría decirse, que a raíz de lo sucedido, lo hacían con mucho más fe. El Gobierno siguió imponiendo su régimen durante dieciocho años más hasta que fue derrocado por un levantamiento popular.

A podía regresar nuevamente a su lugar. Diecinueve años después, A retornó a su ciudad natal empuñando un detente con la imagen de la santa en su mano izquierda.

(Lima, agosto 2006)