1/07/2005

Sin título



Necesito irme. A cualquier lugar, pero irme. Cuanto más lejos, mejor. Fugar. Huir. Dejar todo atrás y olvidar. Poner en práctica la frase “borrón y cuenta nueva”. Porque me siento hastiado. Aburrido. Desesperado. Acorralado. Atrapado en un lugar que percibo, no es el mío. Me siento un extraño, casi casi un extranjero en mi propio hábitat.
¿Qué hacer? Ésa es la pregunta más frecuente que ronda dentro de mi mente. ¿A dónde ir? ¿Por qué? Cuestionamientos que escapan de mí espontáneamente, buscando la respuesta que me lleve a algún puerto feliz. No creas que soy un ser infeliz. Lleno de desesperanzas. De amarguras y traumas. No, claro que no lo soy. Soy, más bien, un ser sensible. Por lo menos, más que el promedio. Soy un curioso. Un indagador permanente. Ése, creo es mi problema. Me inmiscuyo, meto mis narices donde no debo. Me complico de todo. Todo. Por eso es que quiero borrarme. Alejarme. Desaparecer como un fantasma de alguna tira cómica.
Esto, pensándolo bien, no debería estarlo digitando en un frío ordenador. Tendría que guardármelo sólo para mí. Mis dedos no deberían estar presionando las teclas que hagan que estas ideas, que me invaden ahora, se queden perennes en el tiempo.
Pero eso es lo exquisito de la literatura. Te sirve como vía de escape. Es una puerta abierta con un inmenso letrero que dice “salida de emergencia” en medio de una habitación en llamas. En mi caso, me sirve para vencer a los demonios que me acechan. Para sentirme el titiritero mayor. Pero a veces, tengo que confesarlo, me quedan mis dudas si es beneficioso escribir. No sé si todo esto valga la pena realmente. No sé si lo que escribo sea verdad. Quizá me estoy engañando o quizá lo esté haciendo ahora contigo. Porque muchas veces todo esto es puro cuento. Quizá lo que siento también lo sea.

(Lima, enero 2005)