3/14/2013

Sin título

Un miércoles cualquiera de marzo (es de mañana y está sentado frente a la computadora, con la pantalla en blanco, con el curso oscilando constantemente. A pesar de ser verano, el día ha amanecido nublado). Tiene al frente una página de Word a la que no le ha puesto ningún nombre todavía, aunque en el encabezado se lea Documento1, por defecto. Abrió la página con la intención de escribir un cuento de corte sexual. Un cuento, un relato, divagaciones o, simplemente, lo primero que le saliera de la cabeza. Pero eso sí, debería ser sexual. Un cuento de esos que hablan del encuentro de dos desconocidos que copulan por primera vez. No tiene la intención de contar la situación previa de cómo se conocieron, ni de la manera de cómo llegaron al departamento de él al finalizar la noche. Simplemente limitarse al encuentro sexual. Ni más, ni menos.

Lo que quiere es escribir un cuento sexual que detallara la manera cómo esos besos que comenzaron tímidos y estudiados fueron transformándose en desesperados e intensos. Narrar minuciosamente el movimiento de sus lenguas dentro de la boca del otro. Ese intercambio de saliva que en otras circunstancias resultaría repugnante pero que en esos momentos les producía extremada excitación. La intención era escribir un cuento sexual que describiera la inquietud de las manos del muchacho alrededor de la delgada cintura de su pareja. El posterior recorrido que hacen para buscar esas prominentes nalgas, que aprieta, que soba ansioso, con las que juega con sus huesudos dedos. Luego, subiría y se encontraría con unos senos que aún se mantienen firmes y desafiantes, que calzan perfectas entre las palmas de su mano.

Quiere contar un cuento extremadamente sexual en el que se replique el camino que siguieron desde la sala del departamento al dormitorio. Ella caminando de espaldas, siempre abrazados, sin dejarse de besar, guiada por él. Llegan a la habitación casi vacía donde no hay más que una cama de dos plazas y un televisor grande, de esos antiguos. Ella al sentir que sus piernas chocan con el borde de la cama se dejaría caer.

La idea es escribir un cuento sexual que explicara cómo las torpes manos del chico comienzan a desabotonar la blusa de su ocasional pareja desde donde se asoman un par de tetas que vistas de cerca parecen más pequeñas de lo que él imaginaba durante la fiesta en la que se conocieron hace unas horas atrás. En esa fiesta que no es preciso contar porque lo primordial del cuento es narrar el encuentro sexual. Esa parte preliminar se debe obviar. Una vez despojada de la blusa y el sostén de lycra turquesa que tiene puesto esa noche, él acercaría su boca a los pezones que se le presentan aún mansos. Aún sumisos. Los chupa envolviéndolos con su lengua siguiendo la forma de la aureola rosada y el capullo que va endureciéndose conforme va jugando con ellos.

Quiere contar un cuento sexual que se centre en la manera en cómo ella coge la polla entre sus manos y la aferra para frotarla y sacudirla de arriba hacia abajo en un ir y venir incesante.

Aún piensa cuál debe ser el comienzo de ese cuento. Busca una frase inicial apropiada dentro de su cabeza. Debe ser concreta e ir directa al meollo de lo que quiere transmitir. Sin rodeos. Quiere que sus dedos comiencen a golpear las teclas para ver plasmada en la pantalla el detalle de cómo la personaje del cuento, desesperada, se lleva el pene a su boca y lo chupa como el más delicioso de los dulces. En ese momento, ninguno de los dos debería tener puesto alguna prenda intrusa. Él echado sobre la cama con las piernas abiertas y ella arrodillada con su cabeza moviéndose rítmicamente. El instante en que la penetra no debe escapar a ser narrado.

Cuando ya no puede más, el muchacho la tomaría de los brazos y la colocaría boca arriba sobre la cama. Cuando está sobre ella, le abriría las piernas, cogería su sexo de la base y buscaría la vulva.

Ese tan ansiado cuento sexual que pretende escribir debe decir que esta está prolijamente depilada, sin ningún pelo traicionero que escapa por ahí. Incluso huele bien. Los labios de la concha se separan y dejan ver el interior. Una vez dentro, el chico debe sentir la calidez y humedad de su nuevo hogar. Se debería explicar que la chica profiere suave gemidos. Algo tímidos para su gusto, pensaría el chico. Ella, imposibilitada de controlar sus reacciones, arquearía su cuello hacia atrás apuntando su mentón hacia el techo.

Él la embiste con movimientos sincronizados de su pelvis. Lo que comienza con suavidad, va tomando tintes violentos. Los dos lo estarían pasando bien. Sería parte del juego.

Ese anhelado cuento, que después de todo podría no ser tan sexual como lo tenía pensado en un inicio, ambientaría el desorden de las sábanas, las ropas tiradas en el suelo, el panorama de la ciudad vista desde un decimocuarto piso. Tendría que haber un momento dentro del relato donde se diga que el muchacho, después de batallar inútilmente contra sus ansias de eyacular, retira su miembro rígido y dispara un semen espeso sobre el abdomen de ella. Preferiblemente el relato debería terminar con un beso entre ambos.

Piensa que debería escribir un cuento sexual, exprimir su cerebro e intentar que broten las ideas. Lamentablemente este momento de inspiración no llegaría nunca.

(Marzo, 2013)