Descartable
Ahora que ya ha pasado un tiempo prolongado y me encuentro más calmado, comienzo a comprender mejor las cosas. En su momento era casi imposible. Como el pedirle a un niño de 3 años que resuelva una ecuación matemática. Ahora, siendo un poco racional y dejando de lado mi orgullo masculino, hasta te doy la razón. Sí que la tienes. Yo en tu lugar hubiera hecho lo mismo. Hasta habría maquinado algo más descabellado y malicioso. Algo que significara marcarte para siempre, para que de cierta forma, no te olvidaras de mí. Algo que te hiciera sufrir. Pero eso, sin duda alguna, no podía esperarlo de ti.
No creo que haya sido esa pelea el detonante de todo. Aunque sigues afirmando que fue así. O por lo menos una gran parte. A mi parecer, fue una pelea como muchas de las que hemos tenido en nuestra corta relación.
Esa noche discutimos y te largaste de mi departamento. Cerraste la puerta con un golpe seco.
No traté de detenerte ni arreglar aquella situación. En esos momentos agradecí profundamente el que te hayas ido. Deseaba respirar a mi alrededor aire puro y no ese aire viciado que se inhala junto a ti en ciertos momentos. Como en aquel instante. Después que me percaté que te habías subido a tu auto, que arrancaste el motor y te habías largado, apagué mi celular y fui al bar de siempre, a ese donde nos conocimos unos meses atrás. Era jueves. Muy probable que el lugar estuviera repleto de personas. Deseaba conocer a alguna mujer en esos momentos y poder distraerme un poco. Estaba feliz.
Había tomado mucho. Eran las 3:30 de la madrugada cuando regresé a casa. Roxanna –no me acuerdo su apellido ni su edad, creo que ni se lo pregunté- estaba conmigo. Dormimos juntos. Era linda, diría que hasta más guapa que tú. Pelo ensortijado, ojos verdes y piel blanca como la leche. Tenía la pinta de una chica hippie en decadencia. Estaba sentado en la barra cuando se me acercó. Me pidió que le invitara una cerveza. Conversamos un largo rato, nos reímos, y nos besamos. Le propuse ir a mi departamento para pasar la noche juntos. Ella aceptó inmediatamente. Aquella escena fue un calco de cómo te conocí, Thai: el mismo lugar, un diálogo similar, las mismas acciones y reacciones.
La mañana siguiente tu llamada me despertó. Nos despertó. Me levanté de la cama y cogí el teléfono. No me saludaste. Apenas dije “aló”, comenzó la ráfaga de insultos hacia mí. Para serte sincero, en esos momentos no me importaba lo que me decías. Me encontraba cansado y me dolía la cabeza por las cervezas de la noche anterior. Creo que hasta ni te prestaba atención. Pero la frase que dio fin a tu monólogo me sacudió. Fue como si me hubiese tirado de un globo aerostático sin paracaídas. “Se acabó. No intentes buscarme, estoy en Sumarine”. Y colgaste.
En esos momentos le dije a Roxanna que se vistiera y se vaya de mi departamento. Quería estar solo, pensar. Intenté llamarte pero habías desconectado tu celular.
Vivías sola en Lima, en el pequeño hospedaje para extranjeros y por eso te resultaba fácil cambiar de vida así de rápido. Eso era lo que me atraía de ti. Llamé a la dueña del alojamiento para saber si tenía conocimiento de tu paradero. Me dijo que le pagaste lo adeudado y que te habías ido con todas tus cosas. No supe nada de ti por un mes.
Sabes que soy una persona inestable y dependiente. Sabes muy bien que no puedo estar sin nadie a mi lado. Ahora solo me queda conocer a alguna persona que te sustituya. Alguien que duerma a mi lado y con quien poder hacer el amor. La tarea no será difícil. Creo que iré al bar de siempre para encontrar a alguna otra Roxanna o encontrarte nuevamente.
(Lima, diciembre 2004)
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