Huellas
A Paul
Paf. Un golpe seco remeció su rostro. Se encontraba parado frente a ella con las manos en los bolsillos cuando recibió la bofetada. Paulo no se lo esperaba. Su rostro se incendió como fuego incandescente pero no atinó a hacer nada. Roxy tenía los ojos hinchados y llenos de lágrimas. A pesar que lo amaba, lo sacó a empellones de su casa. Decidió no sufrir más por culpa de él. Ya era suficiente. Estaba harta de todos los problemas que acarreaba estar junto a él. Esa relación le había arrebatado cuatro años de su vida de adolescente. Que perdida de tiempo –pensó más tarde.
- Sal de mi casa y sal de mi vida. No me vuelvas a buscar. –le gritó Roxy histérica.
Paulo se fue conmocionado. La coca que inhaló con sus amigos, unos minutos antes de ir a la casa de Roxy, le ayudó a sobrellevar aquel momento. Sabía que la había fregado.
Después de eso, todo fue cuesta abajo para él. Su carácter no le permitía exteriorizar sus verdaderos sentimientos. Ante los demás mostraba su coraza de hombre fuerte, reprimiendo la realidad que vivía en su interior.
Tomó un taxi con dirección al barrio. Cuando llegó no encontró a nadie. Las calles estaban desiertas. Que raro –pensó en voz alta. Caminando a su casa se encontró con Julio.
- Acompáñame al puerto necesito computar – le dijo a Julio.
- Pero ya sabes cuál es el precio por acompañarte.
- Vamos nomás, imbécil. Ya te conozco, nunca me puedes hacer un favor sin pedir nada a cambio – finalizó Paulo.
Esa noche los dos terminaron en un cabaret de mala muerte con un par de putas. Bebieron ron y jalaron coca. Paulo sentado en la barra llamó a la que se encontraba más cerca. Era una chica trigueña, robusta, con tetas prominentes y piernas largas. Hablaron unos minutos y se metieron a unos de esos cuartuchos endebles. Ella le ordenó que se desvistiera. Él, obedeció sumiso. Las prendas iban cayendo al suelo desordenadamente. Ella le lavó el pene aún fláccido con agua y jabón. Tomó unos minutos que el miembro de Paulo despertara, había bebido mucho. Se echaron en el catre mugriento y tuvieron sexo.
Paulo y Julio salieron del local cuando el sol casi asomando en el cielo. Eran las 5:34 de la mañana. Tomaron un taxi que los llevó al barrio. Ambos se encontraban cansados. Estaban destrozados. Más aun Paulo. Su delgado cuerpo le implorada que le diera un poco de descanso.
Paulo sacó lo último de coca que le quedaba y la inhaló usando la llave de su casa. Metió sus manos al bolsillo de sus jeans Guess y no encontró su billetera. La puta que me parió –gritó con su voz áspera. Sacó su celular y lo encendió. Tenía dos mensajes de voz en la grabadora. Digitó la clave y escuchó el primero. Era su mamá preguntándole dónde estaba. “Paulo dónde te has metido. Has salido de la casa desde la mañana y hasta ahora no vuelves. Cuídate, hijito”, y se cortó. Escuchó el segundo mensaje. Era Roxy. Su delgada voz a través del auricular lo llenó de nostalgia. Su coraza de hombre fuerte se desmoronó por completo como si fuera un castillo de naipes. Por un instante, pensó en una posible reconciliación. “Solo llamaba para decirte que tengo ropa tuya en mi casa. Ven a recogerla, he encargado a la empleada que te la dé”, y colgó bruscamente. Paulo observó por unos instantes el celular y pensó en todos los momentos que había pasado junto a ella. Junto a su Roxy de siempre. Pero era consciente que su suerte estaba echada. No la volvería a ver más. Julio ya se había largado. Caminó hacia su casa y pensó en qué decirle a su madre con respecto a su ausencia. Entró a su cuarto sin hacer ruido. Se desvistió y se echó desnudo en la cama. Volteó la vista a su mesa de noche y vio el retrato de Roxy. Lo cogió con sus manos temblorosas, se lo acercó a sus labios y la besó. Lo colocó nuevamente en su lugar y recostó su cabeza en la almohada. Al rato, unas delgadas lágrimas comenzaron a recorrer su mejilla.
(Lima, diciembre 2004)
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